
El inesperado elogio de Vincent Kompany, DT del Bayern Munich, para River
El histórico defensor de Manchester City y actual entrenador del Bayern sorprendió al hablar del Millonario durante el Mundial de Clubes.
PREGONANDO PREGONANDO
Primero fue la dolarización, alcanzable con supuesto financiamiento que el actual presidente (cuando todavía era candidato) ya tenía apalabrado y bromeaba con mostrar los chats de Whatsapp que lo confirmaban.
Argentina18/04/2025La segunda etapa consistió en asegurar que la inflación convergería al crawling peg (1%), así como los dólares financieros convergerían al oficial, hasta erradicar por completo el “componente autónomo” de la inflación, neteado del aumento de precios internacionales. Lo que el Gobierno llama el comienzo de la fase 3, es en realidad una búsqueda por esconder los fracasos de las frases anteriores: “Todo marcha acorde al plan”. Pero el programa está lejos de solucionar los problemas estructurales que enfrenta la economía argentina y en particular los referidos a su economía bimonetaria.
A pesar del discurso oficial que atribuye al déficit fiscal la causa de todos los males del país, el gabinete económico sabe que el problema principal es -una vez más- la escasez de dólares. Digo que “lo saben”, porque una vez llegado al Sillón de Rivadavia y después de realizar la devaluación más importante desde 2002 con el resultado electoral aún fresco, el Presidente guardó a Hayek en el cajón y se dedicó a intervenir el precio más importante de la economía para anclar las expectativas y desacelerar el incremento de precios. Claro, no alcanza con el deseo. El gobierno requirió de dos puentes -precarios, pero puentes al fin- para poder hacerse de los dólares que le permitirían mantener planchados los tipos de cambio y con ello reducir el ritmo de inflación.
El puente inicial fue la recesión inducida del primer semestre. Gracias al deterioro de la actividad y la pauperización de los ingresos producto de la devaluación, en complemento con un nuevo apretón a las restricciones comerciales, las importaciones se redujeron 28% durante el primer semestre de 2024, lo que permitió al Banco Central acumular cerca de 6.000 millones de dólares de reservas. Una vez agotado ese modelo, en parte por cuestiones estacionales y en parte por la recuperación gradual de la actividad (¡desde el tercer subsuelo!), en la segunda mitad del año el Gobierno buscó compensar el deterioro de la cuenta corriente con los dólares del blanqueo. Así, los depósitos provenientes de la exteriorización de activos aumentaron la capacidad prestable de los bancos y, con tasas de interés en dólares entre las más altas del mundo, la bicicleta financiera permitió pedalear hasta diciembre. Un esquema carry-dependiente, que a comienzos de 2025 ya mostró severos signos de agotamiento, con un tipo de cambio real comparable al de finales de los noventa y en franco deterioro por una inflación aún elevada.
Una vez agotado el impacto del blanqueo, el BCRA pasó a intervenir vendiendo divisas en el Mercado de Cambios de manera cada vez más acentuada. Así, entre marzo y las primeras semanas de abril, el BCRA vendió más 2.300 millones de dólares para mantener el tipo de cambio y las Reservas netas retornaron a un nivel de -7300 millones de dólares, similar al de enero de 2024. Para el mes de marzo, las expectativas de devaluación se reflejaron en el crecimiento de los tipos de cambio paralelos, lo que derivó en un círculo vicioso conocido: se aceleró el aumento de precios, atrasando aún más el tipo de cambio y estimulando el deporte nacional de saquear al Banco Central. Fue el momento en el que las estrategias de carry trade comenzaron a verse amenazadas, llevando a que todos aquellos que estaban endeudados en dólares para hacer bicicleta en pesos, fueran a cancelar sus obligaciones temiendo por una devaluación. Todos reconocían el problema, salvo el Gobierno que aseguraba que el tipo de cambio estaba en equilibrio, y que todo era parte de un plan.
El viernes se conoció el dato de inflación de marzo y superó por bastante cualquier proyección de las consultoras dedicadas a estimar el avance del índice de precios. 3,7% el nivel general, pero aún peor fue el dato de alimentos y bebidas, que creció 5,9% respecto al mes anterior. No hace falta ser economista para imaginar el efecto regresivo que esto implica.
A pesar de todo lo mencionado, el Gobierno salió a anunciar con bombos y platillos un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Faltaba que dijeran “Qué lindo es dar buenas noticias”. Aseguran que “esta vez sí es diferente”, porque ya se hizo toda la tarea que suele pedir el organismo a la hora de apoyar a los países. Basta con mirar la página oficial del FMI para darse cuenta que se trata de una mentira lisa y llana. “Los Acuerdos de Facilidades Extendidas del FMI proporcionan asistencia financiera a los países que afrontan graves problemas de balanza de pagos”. Si todo marcha acorde al plan, ¿era parte de la estrategia llevarnos a la puerta de una nueva crisis de balanza de pagos, con una inflación creciente y con un Banco Central que lleva perdidos 5.000 millones de dólares desde que comenzó el año?
También puede ser útil hacer algo de historia: en los 23 acuerdos que la Argentina firmó con el FMI, nunca vi a ningún presidente decir “tienen razón, este acuerdo es igual a los anteriores”. Y sin embargo, tampoco vi un acuerdo que a fin de programa dejará un mejor país que el que teníamos antes de firmarlo. Más bien todo lo contrario.
La idea de que controlando los agregados monetarios (la cantidad de dinero que circula en la economía) alcanza para reducir la inflación es tan trillada como equivocada. Fue exactamente el mismo marco teórico que rigió la política económica durante 2018, cuando el tridente Macri-Dujovne-Sandleris definió dejar fija la base monetaria, mientras la política cambiaria se definía por bandas de flotación. En la práctica esto significa que con cada shock inesperado (inflación mayor a la prevista, nuevas tensiones en el tipo de cambio, algún cambio en el escenario internacional) el Banco Central subirá la tasa de interés para reforzar la bicicleta financiera.
Cualquiera que mire hoy las variables macroeconómicas relevantes de la argentina se da cuenta fácilmente que la fragilidad es acuciante. Una inflación que en abril será mayor a la de marzo, con reservas netas negativas y cayendo, con vencimientos de deuda impagables y sin acceso a los mercados internacionales de crédito. Como si eso fuera poco, el escenario global se vuelve cada vez más incierto y volátil. En ese contexto, nuestro país va a contramano del mundo: mientras las principales economías del mundo se cierran y los mercados emergentes (y no tanto) se aproximan a una guerra de monedas para recuperar competitividad, la Argentina avanza -o retrocede- hacia mayor apertura y apreciación del tipo de cambio real. La solución que propone este nuevo programa a los desafíos evidentes es la de encarar una nueva ronda de ajuste fiscal, pero con eso -ya sabemos- no alcanza porque lo que faltan son dólares.
Ni la llegada de 20.000 millones de dólares resuelve estos problemas: en 2018 el primer desembolso del FMI tardó tres meses en evaporarse. No fue magia, fue Caputo: los dólares desaparecieron y a la Argentina le quedó la deuda más importante de la historia del FMI. La flexibilización del acceso al Mercado de Cambios para no residentes dispuesto esta semana en una búsqueda por atraer nuevos capitales sedientes del carry trade más rentable del mundo puede postergar los problemas en el corto plazo, pero trae consigo mayores riesgos en un futuro no tan lejano.
El rebote inflacionario continuará en abril y mayo dada la suba del tipo de cambio oficial, lo que sin dudas generará un mayor deterioro de los ingresos reales y su correspondiente aumento de la pobreza. Como consecuencia, la actividad económica caerá nuevamente, lo que podría agravarse aún más si el gobierno aplica el ajuste fiscal con el que amenazó. La liberación (parcial) del cepo en estas condiciones, solo propiciará un nuevo ciclo de formación de activos externos (fuga de capitales) financiado con deuda pública. No sabemos cuánto durará, pero eso nunca terminó bien. Yo me pregunto, ¿qué festejan?
Primero fue la dolarización, alcanzable con supuesto financiamiento que el actual presidente (cuando todavía era candidato) ya tenía apalabrado y bromeaba con mostrar los chats de Whatsapp que lo confirmaban. La segunda etapa consistió en asegurar que la inflación convergería al crawling peg (1%), así como los dólares financieros convergerían al oficial, hasta erradicar por completo el “componente autónomo” de la inflación, neteado del aumento de precios internacionales. Lo que el Gobierno llama el comienzo de la fase 3, es en realidad una búsqueda por esconder los fracasos de las frases anteriores: “Todo marcha acorde al plan”. Pero el programa está lejos de solucionar los problemas estructurales que enfrenta la economía argentina y en particular los referidos a su economía bimonetaria.
A pesar del discurso oficial que atribuye al déficit fiscal la causa de todos los males del país, el gabinete económico sabe que el problema principal es -una vez más- la escasez de dólares. Digo que “lo saben”, porque una vez llegado al Sillón de Rivadavia y después de realizar la devaluación más importante desde 2002 con el resultado electoral aún fresco, el Presidente guardó a Hayek en el cajón y se dedicó a intervenir el precio más importante de la economía para anclar las expectativas y desacelerar el incremento de precios. Claro, no alcanza con el deseo. El gobierno requirió de dos puentes -precarios, pero puentes al fin- para poder hacerse de los dólares que le permitirían mantener planchados los tipos de cambio y con ello reducir el ritmo de inflación.
El puente inicial fue la recesión inducida del primer semestre. Gracias al deterioro de la actividad y la pauperización de los ingresos producto de la devaluación, en complemento con un nuevo apretón a las restricciones comerciales, las importaciones se redujeron 28% durante el primer semestre de 2024, lo que permitió al Banco Central acumular cerca de 6.000 millones de dólares de reservas. Una vez agotado ese modelo, en parte por cuestiones estacionales y en parte por la recuperación gradual de la actividad (¡desde el tercer subsuelo!), en la segunda mitad del año el Gobierno buscó compensar el deterioro de la cuenta corriente con los dólares del blanqueo. Así, los depósitos provenientes de la exteriorización de activos aumentaron la capacidad prestable de los bancos y, con tasas de interés en dólares entre las más altas del mundo, la bicicleta financiera permitió pedalear hasta diciembre. Un esquema Carry-dependiente, que a comienzos de 2025 ya mostró severos signos de agotamiento, con un tipo de cambio real comparable al de finales de los noventa y en franco deterioro por una inflación aún elevada.
Una vez agotado el impacto del blanqueo, el BCRA pasó a intervenir vendiendo divisas en el Mercado de Cambios de manera cada vez más acentuada. Así, entre marzo y las primeras semanas de abril, el BCRA vendió más 2.300 millones de dólares para mantener el tipo de cambio y las Reservas netas retornaron a un nivel de -7300 millones de dólares, similar al de enero de 2024. Para el mes de marzo, las expectativas de devaluación se reflejaron en el crecimiento de los tipos de cambio paralelos, lo que derivó en un círculo vicioso conocido: se aceleró el aumento de precios, atrasando aún más el tipo de cambio y estimulando el deporte nacional de saquear al Banco Central. Fue el momento en el que las estrategias de carry trade comenzaron a verse amenazadas, llevando a que todos aquellos que estaban endeudados en dólares para hacer bicicleta en pesos, fueran a cancelar sus obligaciones temiendo por una devaluación. Todos reconocían el problema, salvo el Gobierno que aseguraba que el tipo de cambio estaba en equilibrio, y que todo era parte de un plan.
El viernes se conoció el dato de inflación de marzo y superó por bastante cualquier proyección de las consultoras dedicadas a estimar el avance del índice de precios. 3,7% el nivel general, pero aún peor fue el dato de alimentos y bebidas, que creció 5,9% respecto al mes anterior. No hace falta ser economista para imaginar el efecto regresivo que esto implica.
A pesar de todo lo mencionado, el Gobierno salió a anunciar con bombos y platillos un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Faltaba que dijeran “Qué lindo es dar buenas noticias”. Aseguran que “esta vez sí es diferente”, porque ya se hizo toda la tarea que suele pedir el organismo a la hora de apoyar a los países. Basta con mirar la página oficial del FMI para darse cuenta que se trata de una mentira lisa y llana. “Los Acuerdos de Facilidades Extendidas del FMI proporcionan asistencia financiera a los países que afrontan graves problemas de balanza de pagos”. Si todo marcha acorde al plan, ¿era parte de la estrategia llevarnos a la puerta de una nueva crisis de balanza de pagos, con una inflación creciente y con un Banco Central que lleva perdidos 5.000 millones de dólares desde que comenzó el año?
También puede ser útil hacer algo de historia: en los 23 acuerdos que la Argentina firmó con el FMI, nunca vi a ningún presidente decir “tienen razón, este acuerdo es igual a los anteriores”. Y sin embargo, tampoco vi un acuerdo que a fin de programa dejará un mejor país que el que teníamos antes de firmarlo. Más bien todo lo contrario.
La idea de que controlando los agregados monetarios (la cantidad de dinero que circula en la economía) alcanza para reducir la inflación es tan trillada como equivocada. Fue exactamente el mismo marco teórico que rigió la política económica durante 2018, cuando el tridente Macri-Dujovne-Sandleris definió dejar fija la base monetaria, mientras la política cambiaria se definía por bandas de flotación. En la práctica esto significa que con cada shock inesperado (inflación mayor a la prevista, nuevas tensiones en el tipo de cambio, algún cambio en el escenario internacional) el Banco Central subirá la tasa de interés para reforzar la bicicleta financiera.
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